Parábolas de Jesús
Un hombre rico que estaba a punto de emprender un largo viaje llamó a sus siervos y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y al tercero uno, a cada uno según su capacidad. El siervo que recibió cinco talentos inmediatamente fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco.
De la misma manera, el que recibió dos talentos ganó otros dos. Sin embargo, el que había recibido un solo talento cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo, el señor regresó y pidió cuentas a sus siervos. Los que habían multiplicado sus talentos fueron elogiados y recompensados con más responsabilidades y alegría. Pero el que había escondido su único talento fue reprendido severamente, se le quitó lo que tenía y fue echado fuera por ser un siervo negligente y temeroso.

Esta parábola enseña sobre la responsabilidad de usar y multiplicar los dones y capacidades que Dios nos ha dado. Los «talentos» no se refieren solo a dinero, sino a cualquier habilidad, oportunidad, recurso o incluso tiempo que poseemos. El señor representa a Dios, y los siervos somos nosotros. La historia subraya que la inacción por miedo o pereza es tan condenable como el mal uso, y que se espera de nosotros que administremos proactivamente lo que se nos ha confiado, invirtiéndolo y haciéndolo crecer.
En el contexto actual, la parábola del Talento resuena como un llamado a la proactividad y al desarrollo personal. Nos invita a reconocer y valorar nuestras habilidades, educación, recursos económicos o influencia, y a no guardarlos por miedo al fracaso o por comodidad. En un mundo que valora la innovación y el impacto social, la parábola nos anima a «invertir» nuestros «talentos» en causas significativas, a aprender continuamente y a contribuir activamente al bien común, reconociendo que el potencial no utilizado es un desperdicio.