Platón, en su diálogo «Fedro», describe el alma humana como un carro alado, conducido por un auriga y tirado por dos caballos: uno blanco, noble y dócil, que representa la razón y el intelecto, y otro negro, rebelde y apasionado, que representa los deseos y las emociones. El auriga, que simboliza la voluntad, lucha por mantener el control del carro, tratando de equilibrar las fuerzas opuestas de los caballos.
Las almas, en su estado primordial, siguen a los dioses en un viaje celestial, contemplando las Ideas eternas. Sin embargo, debido a la dificultad de controlar los caballos, algunas almas pierden sus alas y caen a la Tierra, encarnando en cuerpos mortales. La naturaleza del alma, y su destino, depende de la habilidad del auriga para controlar a los caballos y recordar las Ideas que contempló en su viaje celestial.

El mito del Carro Alado trasciende la mera alegoría de la naturaleza humana. Representa la visión platónica del alma como una entidad dual, compuesta por la razón y los deseos, y la lucha constante por alcanzar la virtud y la sabiduría. El auriga simboliza la importancia del autocontrol y la disciplina, mientras que los caballos representan las fuerzas opuestas que tiran del alma en diferentes direcciones.
En el contexto actual, el mito del Carro Alado sigue siendo relevante por su exploración de temas universales como la naturaleza humana, el conflicto interno y la búsqueda de la virtud. Nos invita a reflexionar sobre la importancia de equilibrar nuestras emociones y deseos con la razón y la sabiduría. También nos recuerda la capacidad del alma humana para trascender la realidad material y alcanzar la contemplación de lo eterno.