En las tierras fértiles bañadas por el majestuoso Nilo, donde la vida florece gracias a sus aguas, se contaba la historia del Río y la Sequía. El río, generoso y abundante, compartía sus aguas con la tierra, nutriendo los campos y saciando la sed de los animales. Pero la Sequía, un espíritu celoso y hambriento, observaba con envidia la prosperidad que el Río traía consigo.
Un día, la sequía extendió su manto de calor sobre la tierra, secando los campos y agrietando el suelo. El río, debilitado por la falta de lluvia, comenzó a menguar. Los animales, sedientos y desesperados, clamaron por ayuda. Los ancianos, sabios en las costumbres de la tierra, recordaron que el Río y la Sequía eran hermanos, nacidos de la misma fuente.
Decidieron ofrecer un sacrificio a los espíritus ancestrales, rogando por la reconciliación entre los hermanos. Los espíritus, conmovidos por la súplica, enviaron una lluvia torrencial, que devolvió la vida al Río y ahuyentó a la Sequía. Así, la tierra volvió a florecer, recordando a todos la importancia del equilibrio y la armonía.

Esta parábola africana trasciende la mera explicación de un fenómeno natural. Representa la interdependencia entre las fuerzas de la naturaleza y la importancia del equilibrio para la supervivencia. El Río simboliza la generosidad y la vida, mientras que la sequía representa la destrucción y la escasez. La reconciliación entre ambos hermanos simboliza la restauración del equilibrio natural, un tema central en la cosmovisión africana.
En el contexto actual, esta parábola nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con el medio ambiente y la importancia de la sostenibilidad. En una era de cambio climático y escasez de recursos, la sabiduría ancestral de los pueblos africanos nos recuerda la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza, reconociendo la interdependencia de todos los seres vivos.