Había una vez un viajero que, agotado por su largo camino, se detuvo bajo la sombra de un árbol para descansar. Cayó en un profundo sueño, y en su sueño, se vio a sí mismo como un poderoso rey. Gobernaba un vasto reino, vivía en un palacio de mármol, disfrutaba de grandes riquezas y era temido y respetado por todos sus súbditos. Durante un tiempo, creyó que esa vida de rey era su única y verdadera realidad.
De repente, el viajero se despertó. Los rayos del sol que se filtraban por las hojas del árbol le recordaron quién era. La magnificencia del palacio, el poder y la riqueza se desvanecieron por completo. Se dio cuenta de que todo aquello no había sido más que un sueño, una creación de su mente. Al mirar su alrededor, vio sus ropas desgastadas y su mochila de viaje, reconociendo su verdadera realidad: era solo un humilde viajero.
Este simple relato ilustra el concepto de Maya o la ilusión. El sueño del viajero, con sus placeres y sufrimientos, es como el mundo que percibimos con nuestros sentidos. Creemos que esta realidad es sólida y permanente, pero en verdad es una creación temporal de nuestra mente y nuestra conciencia. La verdadera realidad, la esencia del ser, es como la conciencia del viajero al despertar. La parábola nos enseña a no confundir el sueño (la ilusión) con la verdad (la realidad eterna).

La parábola de la ilusión es una profunda lección de la filosofía hindú sobre cómo percibimos el mundo. Nos recuerda que lo que consideramos real, con sus éxitos y fracasos, sus alegrías y sus tristezas, es en gran medida una construcción mental. Maya es el velo que nos impide ver la verdadera naturaleza de la realidad y del ser, haciéndonos creer que somos solo nuestro cuerpo y nuestra mente.
En resumen, esta historia nos invita a cuestionar nuestra percepción y a buscar una verdad más allá de lo visible y lo material. Nos anima a despertar de la ilusión de la vida cotidiana para reconocer nuestra verdadera naturaleza, que es eterna e inmutable. Así pues, el mensaje es claro: la liberación y la paz interior se encuentran al comprender que el mundo es un sueño, y que nuestra verdadera esencia es el soñador que observa.