En la antigua sabiduría del Mundaka Upanishad, se describe un árbol en el que habitan dos pájaros. Estos dos pájaros son amigos inseparables y se posan en la misma rama. Uno de los pájaros se dedica a comer los frutos del árbol, algunos dulces y otros amargos. El otro, en cambio, se mantiene quieto y sereno, observando a su compañero en silencio, sin probar un solo fruto.
El pájaro que come los frutos representa el alma individual (Jivatman). Con sus acciones, se sumerge en el mundo de la experiencia, saboreando el placer y sufriendo el dolor. Al estar consumido por los deseos y los sentidos, se olvida de su verdadera naturaleza, creyéndose parte de la dualidad del mundo.
El segundo pájaro, el que observa, simboliza el alma suprema (Paramatman). Es el testigo silencioso, la conciencia pura que no se ve afectada por las experiencias del mundo. Representa la verdadera esencia del ser, que permanece inalterable y en paz, sin participar en el juego de los deseos. La parábola enseña que, al mirar al segundo pájaro, el primero puede liberarse de su sufrimiento y alcanzar la paz.

La parábola de los dos pájaros es una poderosa metáfora sobre nuestra propia dualidad. El pájaro que come somos nosotros en nuestra vida diaria, inmersos en las alegrías y las tristezas, en el éxito y el fracaso. El pájaro que observa es nuestra conciencia más profunda, el ser que simplemente es y que está en paz, un testigo de todo lo que experimentamos.
En resumen, esta historia nos invita a no identificarnos por completo con nuestras experiencias. Nos enseña que, aunque es natural vivir y sentir, podemos encontrar la paz interior al conectar con el pájaro que observa. Al hacerlo, nos volvemos conscientes de nuestra verdadera naturaleza, la cual no está atada a los altibajos de la vida. Así pues, la parábola nos anima a encontrar el equilibrio entre la acción y la contemplación, entre ser y hacer.