Un sembrador salió a sembrar. Mientras esparcía las semillas, algunas cayeron junto al camino. Entonces, vinieron las aves y se las comieron rápidamente.
Otras semillas encontraron un lecho de pedregales, donde la tierra era escasa. Germinaron con rapidez, pero al salir el sol, el calor las marchitó y se secaron por completo, pues carecían de raíz profunda.
Además, otras semillas cayeron entre espinos. Estas crecieron rápidamente y terminaron por ahogarlas, impidiendo su desarrollo.
Finalmente, otras semillas cayeron en tierra fértil. Allí, dieron fruto abundante, algunas produciendo cien veces más, otras sesenta, y otras treinta.

La semilla representa la palabra de Dios. Los diferentes tipos de suelo representan las diferentes actitudes del corazón humano hacia la palabra de Dios. La buena tierra representa un corazón receptivo y dispuesto a obedecer la palabra de Dios.
La parábola nos invita a reflexionar sobre nuestra propia actitud hacia la palabra de Dios. Nos desafía a examinar nuestro corazón y a asegurarnos de que estamos cultivando un suelo fértil para que la palabra de Dios pueda echar raíces y dar fruto en nuestra vida. Nos recuerda que la recepción y la obediencia a la palabra de Dios son esenciales para el crecimiento espiritual y la vida abundante.