Un hombre viajaba de Jerusalén a Jericó cuando fue asaltado por ladrones. Lo golpearon, le robaron y lo dejaron medio muerto al borde del camino. Pasó un sacerdote, lo vio y siguió de largo. Luego pasó un levita, hizo lo mismo. Pero un samaritano, un hombre de una región despreciada, se detuvo y sintió compasión.
Vendó sus heridas, vertió aceite y vino, lo montó en su animal y lo llevó a una posada, donde lo cuidó. Al día siguiente, pagó al posadero para que siguiera cuidándolo, prometiendo cubrir cualquier gasto extra. Jesús preguntó: «¿Cuál de estos tres fue el prójimo del hombre asaltado?». El intérprete de la ley respondió: «El que tuvo compasión». Jesús le dijo: «Ve y haz tú lo mismo».

La parábola desafía la idea tradicional de quién es nuestro prójimo. Jesús muestra que el prójimo es cualquiera que necesite ayuda, sin importar su origen. El samaritano actúa por compasión, un sentimiento que lo impulsa a ayudar sin esperar nada a cambio. La parábola enseña que el amor al prójimo se demuestra con acciones, no solo con sentimientos. El samaritano, un hombre despreciado, muestra un amor que supera los prejuicios.
La parábola del Buen Samaritano nos invita a reflexionar sobre la universalidad del amor. Nos recuerda que la compasión debe traducirse en acciones concretas y que debemos superar la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. En un mundo donde persisten los prejuicios y la discriminación, la parábola nos llama a la acción. Nos recuerda que nuestro prójimo es cualquiera que necesite nuestra ayuda, sin importar su origen o condición. La historia del Buen Samaritano es un recordatorio eterno de la importancia de la compasión y la solidaridad en la construcción de un mundo más justo y humano.