En las islas del Pacífico, donde el susurro de las olas se entrelaza con el canto de las aves tropicales, se cuenta la leyenda de Hina, una joven de belleza incomparable. Su corazón, puro como las perlas del océano, fue codiciado por un anguila gigante, un ser oscuro y poderoso. Hina, temerosa del monstruo, buscó refugio en la cima de un cocotero, donde el sol besaba las hojas.
La anguila, furiosa por el rechazo, persiguió a Hina, desafiando a un combate mortal. Hina, con la astucia de los dioses, logró vencer al monstruo, cortando su cabeza. Antes de morir, la anguila le rogó a Hina que plantara su cabeza en la tierra, prometiendo que de ella nacería un árbol que le proporciona alimento y bebida.
Hina, conmovida por las últimas palabras de la anguila, plantó su cabeza. De la tierra brotó un árbol majestuoso, el cocotero, con sus frutos llenos de agua refrescante y carne nutritiva. Los ojos de la anguila se convirtieron en los tres agujeros del coco, un recordatorio constante del sacrificio que dio origen a este preciado regalo.

Este mito oceánico trasciende la mera explicación del origen del coco. Representa la conexión profunda entre los pueblos de Oceanía y su entorno, donde la naturaleza es vista como una fuente de vida y sustento, pero también como un reino habitado por seres poderosos y misteriosos. Hina, la joven valiente, simboliza la figura de la mujer como portadora de vida y sabiduría, capaz de transformar la oscuridad en luz. La anguila gigante, a pesar de su naturaleza oscura, se convierte en un símbolo de sacrificio y generosidad, otorgando a la humanidad un regalo invaluable.
En el contexto actual, este mito nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con la naturaleza y la importancia de la sostenibilidad. En una era de explotación desmedida de los recursos naturales, la leyenda del coco nos recuerda la necesidad de vivir en armonía con nuestro entorno, reconociendo la interdependencia de todos los seres vivos y valorando los regalos que la naturaleza nos ofrece.