En su obra «La República», Platón utiliza la poderosa analogía del Navío de Estado para ilustrar cómo debería ser un gobierno justo y eficiente. Imagina un barco en alta mar: el propietario, que representa al pueblo, es un poco sordo y con la vista algo corta, lo que le impide gobernar correctamente.
Los marineros, que simbolizan a los políticos o demagogos, discuten y compiten entre sí por el timón, cada uno creyendo que es el mejor capitán sin tener un verdadero conocimiento de la navegación. El verdadero navegante, que sería el filósofo-rey, es el único que posee el conocimiento de las estrellas, los vientos y las mareas, es decir, el arte de la navegación (la ciencia del buen gobierno), pero es considerado un «charlatán» o «inútil» por los marineros.

Esta parábola es una crítica mordaz de Platón a la democracia ateniense y una defensa de su ideal de gobierno liderado por los filósofos, aquellos que poseen el verdadero conocimiento y la sabiduría para guiar el Estado. Nos enseña que el gobierno de una nación es un arte complejo que requiere de una profunda comprensión de la justicia, la verdad y el bienestar común, no meramente de la popularidad o la habilidad para persuadir.
El «navegante» representa al líder ideal, que no busca el poder por sí mismo, sino que se guía por la virtud y el conocimiento para llevar a la sociedad a buen puerto.
En la actualidad, esta parábola resuena con una fuerza inusitada en el panorama político global. Nos invita a reflexionar sobre la calidad de nuestros líderes y las bases sobre las que elegimos a quienes nos gobiernan. ¿Estamos realmente eligiendo a los «navegantes» más capaces, o nos dejamos seducir por «marineros» hábiles en la retórica pero carentes de la verdadera sabiduría para dirigir el rumbo de nuestra sociedad?
La Parábola del Navío de Estado es un llamado a la responsabilidad cívica y a la exigencia de liderazgo basado en la virtud, el conocimiento y la visión a largo plazo, en lugar de la inmediatez y el oportunismo político.