Un maestro estaba enseñando a sus discípulos sobre la impermanencia y el sufrimiento. Para ilustrar su punto, les contó la historia de un viajero que huía de un tigre furioso. El viajero llegó al borde de un acantilado y, para salvarse, se agarró a una rama que colgaba sobre el abismo. Miró hacia abajo y vio que en el fondo del pozo al que daba el acantilado había otro tigre esperándolo, y también una serpiente venenosa.
Mientras se aferraba a la rama, dos ratones, uno blanco y uno negro, comenzaron a roer la raíz de la rama, debilitándola lentamente. Entonces, el viajero vio una gota de miel que caía de un panal cercano y, olvidando todos sus peligros, extendió la lengua para saborearla.

Esta parábola es una alegoría profunda de la condición humana y el apego. El tigre representa la muerte inminente, que nos persigue a todos. El acantilado y el pozo simbolizan el ciclo de nacimientos y muertes (samsara), mientras que el otro tigre y la serpiente en el fondo representan peligros aún mayores. Los ratones blanco y negro son el día y la noche, que roen implacablemente el tiempo de nuestra vida. La gota de miel simboliza los placeres sensuales y las distracciones transitorias de la vida, a los que nos aferramos, olvidando la precaria naturaleza de nuestra existencia y los peligros que nos acechan.
En el contexto actual, la parábola del Pozo de Agua Seco nos invita a una profunda introspección sobre nuestras prioridades. Nos reta a cuestionar si estamos viviendo conscientes de la finitud de la vida y de los desafíos inherentes, o si nos estamos distrayendo con placeres efímeros y preocupaciones triviales. En un mundo saturado de gratificación instantánea y consumismo, esta parábola nos llama a despertar, a reconocer la verdadera naturaleza de nuestra existencia y a buscar un significado más allá de las distracciones pasajeras, para enfrentar de manera consciente la realidad de nuestra impermanencia y las causas reales de nuestro sufrimiento.