En las tierras ancestrales de los bantúes, donde el río Zambeze susurra secretos a la selva y los espíritus de los antepasados moran en las sombras de los baobabs, se contaba la historia de Mukuru, el creador. Mukuru, observando la fragilidad de la vida humana, decidió otorgarles un regalo: la inmortalidad.
Envió un camaleón, lento y paciente, con el mensaje de la vida eterna. Pero el camaleón, distraído por las maravillas del mundo, se demoró en su viaje. Entonces, Mukuru envió un lagarto, veloz y ágil, con el mensaje de la muerte. El lagarto, impaciente por cumplir su misión, llegó primero a los humanos, anunciando el fin de la vida. Cuando el camaleón finalmente llegó, con el mensaje de la inmortalidad, ya era demasiado tarde. Los humanos, marcados por la palabra del lagarto, aceptaron su destino mortal.

Esta parábola bantú trasciende la mera explicación del origen de la muerte. Representa la aceptación de la mortalidad como parte del ciclo natural de la vida, un tema central en la cosmovisión bantú. Mukuru, el creador, simboliza la figura de la divinidad que otorga tanto la vida como la muerte, reconociendo la dualidad inherente a la existencia. El camaleón y el lagarto representan las fuerzas opuestas que influyen en el destino humano, donde la lentitud y la impaciencia pueden alterar el curso de la vida.
En el contexto actual, esta parábola nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con la muerte y la aceptación de nuestra mortalidad. En una era donde la tecnología busca prolongar la vida indefinidamente, la sabiduría ancestral de los bantúes nos recuerda la importancia de vivir plenamente cada momento, reconociendo la belleza y la fragilidad de la existencia humana.