Un anciano granjero tenía un único caballo que le ayudaba en las labores del campo. Un día, el caballo escapó. Los vecinos, al enterarse, le dijeron: ‘¡Qué mala suerte!’. El granjero respondió: ‘¿Quién sabe?’. Al día siguiente, el caballo regresó trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Los vecinos exclamaron: ‘¡Qué buena suerte!’. El granjero respondió: ‘¿Quién sabe?’
Al poco tiempo, el hijo del granjero, al intentar domar uno de los caballos salvajes, se rompió una pierna. Los vecinos lamentaron: ‘¡Qué mala suerte!’. El granjero respondió: ‘¿Quién sabe?’. Poco después, el ejército llegó al pueblo para reclutar jóvenes para la guerra, pero el hijo del granjero, debido a su pierna rota, fue eximido. Los vecinos dijeron: ‘¡Qué buena suerte!’. El granjero respondió: ‘¿Quién sabe?’

La parábola nos recuerda que el cambio es constante y que lo que parece bueno hoy puede ser malo mañana, y viceversa. Nos invita a cultivar la paciencia y la aceptación, sabiendo que el flujo de la vida es impredecible y que cada evento, aparentemente positivo o negativo, puede tener consecuencias inesperadas.
En la vida cotidiana, esta parábola nos invita a no precipitarnos en juicios y a no aferrarnos a las expectativas. Nos anima a vivir el presente con atención plena, aceptando los altibajos de la vida con ecuanimidad y confianza en el flujo del Tao. Nos recuerda que la verdadera sabiduría reside en la aceptación y la adaptabilidad.