Un niño, con un gran apetito, encontró una jarra de cristal llena de deliciosas nueces. La jarra tenía una boca estrecha, pero era lo suficientemente ancha como para que su mano pasara. Sin pensarlo dos veces, metió la mano dentro y agarró un puñado tan grande como pudo, ansioso por disfrutar de su festín.
Cuando el niño intentó sacar la mano de la jarra, descubrió que, con todas las nueces en su puño, su mano era demasiado grande para pasar por el cuello de la jarra. Cuanto más intentaba forzarla, más se atascaba. La jarra no era lo suficientemente ancha para su mano llena, y el niño se vio incapaz de sacar ni la mano ni las nueces.
Un hombre sabio que pasaba por allí, al ver al niño con la mano atrapada, le aconsejó con calma: «Hijo, si no quieres perderlo todo, debes soltar algunas de las nueces. Con un puñado más pequeño, podrás sacar la mano y disfrutar de lo que te has quedado». El niño, al seguir el consejo, soltó la mitad de las nueces. Pudo sacar la mano con un puñado más pequeño, feliz de haber salvado algo en lugar de perderlo todo.

La fábula del niño y las nueces es una lección atemporal sobre la importancia de la moderación y la avaricia. Nos enseña que el deseo de tener demasiado puede llevarnos a perderlo todo. El niño, al querer agarrar más de lo que podía manejar, se encontró en una situación de la que solo pudo salir al sacrificar parte de lo que codiciaba.
En resumen, esta historia nos invita a reflexionar sobre el peligro de la codicia y a valorar la importancia de la moderación. Nos recuerda que, a menudo, la verdadera riqueza no está en tenerlo todo, sino en saber cuándo soltar y contentarse con lo que es suficiente. Así pues, la fábula nos enseña a no ser codiciosos, para no terminar con las manos vacías por querer más de lo que podemos tener.