Jesús relató la historia de un hombre rico que vestía con ropas de lujo y se daba suntuosos banquetes todos los días. Fuera de su mansión, a la puerta de su casa, yacía un mendigo llamado Lázaro, cubierto de llagas y con un hambre tan extrema que deseaba comer las migajas que caían de la mesa del rico. Además, los perros se acercaban para lamer sus heridas, lo que subraya la total falta de ayuda humana que recibía. El rico, en su indiferencia, nunca lo notó, y Lázaro continuaba sufriendo en el abandono.
El tiempo pasó, y tanto el rico como Lázaro murieron. Los ángeles llevaron a Lázaro al «seno de Abraham», un lugar de consuelo y paz. Sin embargo, el rico, que había vivido una vida de opulencia sin compasión, fue a parar al Hades, un lugar de tormento. Desde allí, el rico, levantando los ojos, vio a Abraham a lo lejos y a Lázaro a su lado. El contraste entre sus destinos no podía ser más evidente.
El rico, en su tormento, le suplicó a Abraham: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, pues estoy atormentado en estas llamas». Abraham le respondió: «Hijo, acuérdate de que en tu vida recibiste bienes, y Lázaro males. Ahora, él es consolado aquí, y tú eres atormentado. Además, un gran abismo nos separa, por lo que nadie puede cruzar de un lado a otro». Por lo tanto, la parábola enseña que la oportunidad de la compasión es solo en la vida terrenal.

La parábola del rico y Lázaro es una de las más contundentes advertencias sobre la indiferencia social. El rico no fue castigado por ser adinerado, sino por su total falta de compasión hacia el sufrimiento que estaba literalmente a su puerta. Lázaro, por otro lado, no fue recompensado por su pobreza, sino por su humildad y su fe. En este sentido, la historia nos enseña que las mayores transgresiones a menudo no son los actos de maldad activa, sino la indiferencia pasiva hacia el dolor de los demás. La parábola nos invita a abrir los ojos y a ver a los «Lázaros» que nos rodean.
En resumen, el mensaje de esta parábola es que las decisiones que tomamos en la vida tienen consecuencias eternas. El «gran abismo» que separa el cielo del infierno es el mismo abismo que el rico construyó en vida con su falta de empatía y su desatención. La historia nos inspira a ser conscientes de nuestro privilegio y a usar nuestros recursos no solo para nuestro propio placer, sino para aliviar el sufrimiento de aquellos que no tienen nada. Es un llamado a la acción y a la compasión, recordándonos que el verdadero valor de una vida no se mide por su riqueza, sino por su bondad.