Frente a la puerta de Yu Gong, un anciano que rozaba los noventa años, se alzaban dos imponentes moles de roca y tierra: las montañas Taihang y Wangwu. Cada vez que su familia necesitaba salir, debían rodearlas en un viaje arduo y agotador. Un día, harto de la tiranía de la piedra, reunió a su familia y les comunicó una decisión que rozaba la locura: iban a cavar y remover las montañas hasta despejar el camino para siempre.
Con la determinación forjada por una vida de esfuerzos, Yu Gong y sus hijos comenzaron la hercúlea tarea. Picaban la roca, cargaban la tierra en cestas y la transportaban hasta la lejana orilla del mar de Bohai. Un vecino, conocido como el «Hombre Sabio», observaba la escena con una sonrisa burlona. Se acercó a Yu Gong y le dijo: «Qué necio eres. Con la poca fuerza que te queda, ¿cómo esperas remover ni un ápice de estas gigantescas montañas?».
Yu Gong, sin detener su trabajo, suspiró y le ofreció una respuesta que retumbaría a través de los siglos. «Tú no lo entiendes», replicó. «Aunque yo muera, mis hijos seguirán. Y cuando ellos mueran, mis nietos continuarán, y luego sus hijos, y los hijos de sus hijos. Nuestras generaciones son infinitas, pero estas montañas no crecerán más. ¿Por qué, entonces, íbamos a dudar de que podemos lograrlo?». Su fe inquebrantable conmovió a los cielos, y el Emperador de Jade, admirado por tal tenacidad, envió a dos dioses para que cargaran las montañas sobre sus espaldas y las llevaran a otro lugar, despejando el camino para siempre.

La leyenda de Yu Gong no es un manual de geología, sino un mapa del espíritu humano. Nos enseña que el poder de la perseverancia no reside en la fuerza de un solo individuo o en la inmediatez del resultado, sino en la visión a largo plazo y la constancia ininterrumpida. El verdadero obstáculo para Yu Gong no era la montaña, sino la mentalidad del «Hombre Sabio», esa voz del «sentido común» que nos susurra que nuestros sueños son demasiado grandes y nuestros esfuerzos, inútiles. La parábola nos invita a desafiar esa duda y a empezar a picar nuestra propia montaña, por pequeña que sea la primera piedra que movamos.
Esta historia también es una poderosa lección sobre el impacto generacional y la fe en el futuro. Yu Gong no esperaba ver el resultado final, pero su convicción de que las generaciones venideras continuarían su labor le dio la fuerza para comenzar. En un mundo que exige gratificación instantánea, su legado nos recuerda que los cambios más significativos, como construir una sociedad justa o la importancia de la paciencia en tiempos difíciles, requieren un esfuerzo sostenido que trasciende nuestra propia vida. Nuestra tarea es empezar el trabajo, inspirar a otros a continuarlo y confiar en que cada pequeño esfuerzo se suma a un resultado monumental.
¿Crees que tus metas son tan grandes que parecen imposibles de lograr? Esta parábola china es una de las lecciones más poderosas sobre la fe, la paciencia y el poder de la constancia.
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