En la antigua ciudad de Kish, un rey llamado Etana lamentaba su destino. Su pueblo sufría, y él, a pesar de su sabiduría, no podía concebir un heredero que asegurara la dinastía. Los dioses parecían haberle negado la «planta del nacimiento», esa hierba mágica que confería la fertilidad. Día tras día, su frustración crecía, y la desesperación comenzaba a pesar sobre su trono.
Un día, mientras oraba fervientemente, Etana vio una señal: un águila, castigada por el dios Shamash por su traición, estaba atrapada en un pozo, pidiendo auxilio. Etana, movido por la compasión, liberó al majestuoso pájaro. En agradecimiento, el águila prometió ayudar al rey en su búsqueda de la planta mágica, que se decía, solo crecía en los cielos.
El águila alzó a Etana sobre su lomo, elevándose cada vez más alto, por encima de las nubes y las estrellas. Desde las alturas, Etana vio la Tierra empequeñecerse, convirtiéndose en un punto, luego en nada. Sin embargo, el vértigo y el miedo se apoderaron del rey. Demasiado alto, demasiado lejos de su realidad terrenal. Tuvo que pedir al águila que regresara, incapaz de soportar la inmensidad del espacio, renunciando a su ascenso.

El Mensaje de Volar Alto
La parábola de Etana: El Hombre que Voló Alto nos enseña sobre la ambición, los límites y el vértigo del éxito. A menudo, aspiramos a grandes logros, a alcanzar alturas inimaginables en nuestra vida personal o profesional. Queremos «volar alto», pero cuando la oportunidad se presenta, el miedo a lo desconocido o la magnitud de la tarea pueden abrumarnos, impidiendo que alcancemos nuestro verdadero potencial.
Esta historia es un recordatorio de que la verdadera fortaleza no solo radica en el deseo de ascender, sino también en la preparación mental y emocional para sostenerse en esas alturas. ¿Estamos listos para las implicaciones de nuestras mayores ambiciones? El relato de Etana: El Hombre que Voló Alto nos invita a reflexionar sobre si nuestros miedos son mayores que nuestros sueños, y si la visión de la cima nos impulsa o nos detiene.




