Un hombre viajaba por la vida y se encontró con un gran río. La orilla donde estaba era peligrosa y hostil, pero la otra orilla, llena de paz y seguridad, parecía inalcanzable. Decidido a cruzar, se puso a trabajar diligentemente, recolectando troncos, lianas y hojas para construir una balsa. Con esfuerzo y habilidad, logró crear una embarcación robusta que lo llevó sin problemas a la otra orilla.
Al llegar, sintió una inmensa gratitud por la balsa que le había salvado la vida. Pensó en lo valiosa que era y en todo el trabajo que le había costado construirla. Entonces, en lugar de dejarla atrás, decidió que sería una buena idea cargarla sobre sus hombros y llevarla consigo mientras continuaba su camino por la orilla segura. Caminó con la pesada carga, tropezando y sufriendo, sin comprender por qué su viaje, que ahora era seguro, se había vuelto tan difícil.
Finalmente, agotado, se sentó a reflexionar. Se dio cuenta de que la balsa ya había cumplido su propósito. Era una herramienta para cruzar el río, no una carga para llevar por la tierra. Con esta revelación, dejó la balsa a un lado y, sintiéndose ligero y libre, continuó su camino con facilidad y alegría, disfrutando del nuevo territorio sin el peso de lo que ya no necesitaba.

En nuestra vida, la balsa representa las enseñanzas, las creencias o las prácticas que nos ayudan a superar las dificultades y los «ríos» de la existencia. Son herramientas esenciales para un momento específico de nuestro viaje. Sin embargo, si nos aferramos a ellas una vez que hemos alcanzado nuestro objetivo, se convierten en una carga en lugar de una ayuda.
La verdadera sabiduría no reside en aferrarse a las herramientas que nos sirvieron en el pasado, sino en saber cuándo soltarlas. Este mensaje nos anima a reflexionar sobre qué «balsas» estamos cargando innecesariamente: ¿son viejas ideas, hábitos, o incluso logros pasados que nos impiden avanzar con ligereza y libertad en el presente?