La Leyenda de Olopana y el Pez Mágico (Hawái)

En las antiguas tierras de Hawái, donde los jefes gobernaban con poder absoluto, se cuenta la Leyenda de Olopana, un ali’i (jefe) conocido por su corazón avaro y su insaciable codicia. En la misma costa vivía un humilde pescador que, un día, encontró un pez pequeño y de colores deslumbrantes. El pez le habló, revelándole que era un ser mágico capaz de proveer alimento infinito para su familia y su pueblo, con la única condición de que su secreto jamás fuera revelado. Agradecido, el pescador cuidó del pez, y la prosperidad llegó silenciosamente a su aldea.

La abundancia, sin embargo, es difícil de ocultar. La esposa del pescador, abrumada por tanta fortuna, compartió el secreto con sus vecinos y pronto la noticia llegó a oídos del jefe Olopana. Cegado por la envidia, el jefe exigió que el pescador le entregara el pez mágico de inmediato para su propio beneficio. Amenazó con destruir al pueblo entero si no obedecía, demostrando que su deseo no era alimentar a su gente, sino poseer el origen de aquella riqueza para sí mismo.

Con el corazón roto, el pescador le contó al pez el terrible dilema. El ser mágico, comprendiendo la situación, le dio unas últimas instrucciones. El pescador le dijo a Olopana que, para honrar la captura del pez, debía construir un inmenso horno subterráneo (imu) y preparar un gran festín. Mientras el jefe y sus hombres trabajaban afanosamente, el pez mágico convocó una lluvia torrencial como nunca antes se había visto. Un diluvio barrió la costa, arrastrando al mar al codicioso Olopana y a sus seguidores, mientras que la casa del pescador fue protegida. El pez desapareció para siempre, dejando una lección imborrable.

La Leyenda de Olopana es un poderoso recordatorio de que la naturaleza, y la vida misma, es un flujo de abundancia que responde al respeto y no a la posesión. Olopana representa esa parte de nuestra sociedad, y a veces de nosotros mismos, que busca controlar, acaparar y explotar los recursos sin pensar en el mañana. El pez mágico simboliza esos regalos que recibimos: el medio ambiente, nuestros talentos, o incluso las relaciones humanas. Son fuentes de riqueza inagotable cuando se cuidan y se comparten, pero se desvanecen o se vuelven en nuestra contra cuando intentamos dominarlos por pura avaricia.

El verdadero mensaje es aprender a ser como el pescador: un guardián agradecido en lugar de un dueño codicioso. La prosperidad sostenible no nace de exprimir un recurso hasta agotarlo, sino de vivir en una relación de equilibrio y reciprocidad con él. Nos invita a preguntarnos si estamos cuidando de los «peces mágicos» en nuestras vidas —nuestra salud, nuestro planeta, nuestra comunidad— o si estamos, como Olopana, cavando ciegamente nuestra propia ruina por el deseo de tener siempre un poco más.

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