La Parábola de la Casa en Llamas

La casa, una vieja y majestuosa estructura de madera y piedra, parecía viva, con sus grietas respirando el polvo de las décadas. Pero la vida que latía en ella no era la de la familia que habitaba sus muros, sino la de algo más antiguo y hambriento. El hombre, su dueño, lo sintió en el aire, una punzada de calor y el olor dulzón de la madera que comenzaba a carbonizarse. En su interior, sus hijos reían y jugaban, absortos en su mundo de fantasía, ciegos al horror que se incubaba en los cimientos. Él, desde el exterior, veía la casa convertirse en una boca abierta de fuego, y el terror le heló la sangre.

Sabía que gritar «¡Fuego!» solo los paralizaría, los haría presas del pánico y del humo. La verdad, a veces, es un veneno. Así que optó por una mentira, una que sonara como una promesa dorada. «¡Salgan!», les gritó con una voz que el viento arrastró con un eco de urgencia. «¡Afuera hay carretas de ensueño, de cabras y de ciervos, las más rápidas y hermosas que hayan visto!». Los niños, con la avaricia inocente de la infancia, corrieron hacia la luz, hacia la promesa, sin preguntarse por qué el aire olía a destrucción.

Salieron uno a uno, sus rostros iluminados no por la promesa de juguetes, sino por el resplandor de las llamas que devoraban lo que una vez fue su hogar. Una vez fuera, seguros, sus ojos se posaron en la única carreta que su padre les ofrecía: una de bueyes, robusta y grande, que simbolizaba la verdadera salvación. Era la carreta de la verdad, la única capaz de alejarlos para siempre del peligro. El padre les había mentido, sí, pero lo había hecho para salvarlos de una muerte segura. Porque a veces, la mentira es el único camino para llegar a la verdad.

Parábola de la Casa en Llamas

En nuestras vidas, a menudo vivimos en casas en llamas sin darnos cuenta. Nos rodea el peligro, la autodestrucción, la ignorancia, pero estamos demasiado ocupados con nuestros «juguetes», nuestras distracciones diarias. Este relato nos advierte que el terror puede estar a un solo paso, y que no siempre un grito de alerta es la mejor forma de salvarnos. A veces, la única forma de escapar de la destrucción es a través de una distracción, una promesa, un medio hábil que nos aleje del peligro y nos guíe hacia una verdad más grande.

El verdadero horror no está en la casa en llamas, sino en la ceguera de sus habitantes. El padre no es un mentiroso, sino un salvador que usa la psicología para vencer la parálisis del miedo. La carreta de bueyes, la única y verdadera recompensa, representa la iluminación, el conocimiento o la sabiduría que se alcanza una vez que se ha dejado atrás el peligro. Nos recuerda que la realidad puede ser terrible, pero que la salida es siempre una posibilidad, incluso si está disfrazada de una simple y tentadora mentira.

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