En el Corán, en la sura Ibrahim (Abraham), Dios presenta una poderosa analogía para ilustrar la diferencia entre la verdad y la falsedad. El versículo 14:24 dice: «¿No ves cómo Dios propone una parábola? Una buena palabra es como un árbol bueno, cuya raíz está firmemente afianzada y cuyas ramas se elevan hacia el cielo». Esta «buena palabra» representa la creencia en la unicidad de Dios, así como la fe y los actos piadosos. Su raíz profunda simboliza la firmeza de la creencia, y sus ramas elevadas, la aceptación y la recompensa divina.
En contraste, el versículo 14:26 describe la «mala palabra»: «Y una mala palabra es como un árbol malo, arrancado de la tierra, que no tiene estabilidad alguna». Esta «mala palabra» simboliza la incredulidad, la falsedad y los actos malvados. El árbol corrupto, sin raíces y sin estabilidad, representa creencias y acciones sin fundamento, que no tienen la fuerza para perdurar ni para resistir la adversidad.
La parábola concluye con el destino de ambos árboles. El árbol bueno da frutos en todas las estaciones, «por la gracia de su Señor», lo que significa que la fe sincera y los actos de bondad siempre producen un resultado positivo y constante. En cambio, el árbol corrupto, al estar arrancado, no produce ningún fruto y no tiene estabilidad. De esta manera, el Corán enseña que las falsas creencias y las malas acciones son estériles e insostenibles, y finalmente se desvanecen.

La parábola de los dos árboles es un mensaje atemporal sobre la naturaleza de nuestras creencias y acciones. Nos enseña que la solidez de una idea o un acto no se basa en su apariencia superficial, sino en la profundidad de su fundamento. Una «buena palabra» no es solo lo que decimos, sino la sinceridad, la verdad y la bondad que hay detrás de ello.
En resumen, esta historia nos invita a examinar la raíz de nuestras propias convicciones y acciones. Si nuestras creencias están arraigadas en la verdad y la bondad, nuestra fe será firme y dará frutos duraderos. Si, por el contrario, basamos nuestra vida en mentiras, engaños o creencias sin fundamento, seremos como el árbol desarraigado, inestables y sin fruto. Así pues, la parábola nos inspira a construir nuestras vidas sobre una base de verdad, honestidad y fe, para que podamos ser como el árbol bendito, firmes y fructíferos.