Según una piadosa leyenda, durante la Vía Crucis, mientras Jesús cargaba la pesada cruz hacia el Calvario, una mujer de Jerusalén se acercó a Él. A pesar de los guardias romanos que lo custodiaban, ella, con un corazón lleno de compasión y sin importarle el riesgo, se abrió paso entre la multitud. Jesús, debilitado por los latigazos y las caídas, tenía el rostro cubierto de sangre, sudor y polvo. La mujer, movida por la piedad, se acercó para enjugarle la cara.
La mujer le ofreció a Jesús un paño de lino para que se limpiara. Jesús tomó el paño, se secó el rostro con él y se lo devolvió. Sin embargo, al momento de recogerlo, la mujer y los que estaban cerca vieron un milagro: la imagen del rostro de Jesús, con todos sus rasgos de dolor y su corona de espinas, había quedado milagrosamente impresa en la tela. Este paño, conocido como el Santo Rostro o el Sudario de la Verónica, se convirtió en una reliquia sagrada que testificaba el sufrimiento de Cristo.
Desde ese momento, la mujer, cuyo nombre en latín es «Verónica», que significa «verdadera imagen», dedicó su vida a preservar y venerar el paño. La historia nos enseña que el nombre de esta mujer no era el de nacimiento, sino que fue un título que le fue dado por el milagro que presenció y la compasión que demostró. El paño, que se convirtió en una «verdadera imagen» del rostro de Cristo, es un recordatorio de que la fe y la compasión tienen el poder de inmortalizar los momentos sagrados, y que el amor es capaz de crear milagros en medio del dolor.

La leyenda de la Verónica nos ofrece una poderosa lección sobre la importancia de la compasión activa. La mujer no se quedó simplemente mirando el sufrimiento de Jesús; actuó. En este sentido, nos invita a no ser meros espectadores ante el dolor de los demás, sino a acercarnos, a pesar de las dificultades y los riesgos, para ofrecer nuestra ayuda, por pequeña que sea. El paño de Verónica representa la bondad de un simple gesto que, ante el sufrimiento, puede convertirse en algo sagrado y trascendental.
Así pues, la historia también nos enseña que los actos de compasión tienen el poder de revelar lo divino en la persona que sufre. El rostro de Jesús, desfigurado por el dolor, se hizo visible y sagrado en la tela. Este es un mensaje de que en cada persona que sufre, especialmente en aquellos que son maltratados o ignorados, se esconde una «verdadera imagen» de lo divino. En resumen, la parábola nos inspira a buscar el rostro de Cristo en los demás y a actuar con compasión, sabiendo que en cada acto de bondad, estamos participando en un milagro de amor que puede dejar una huella eterna.