En la ciudad de Mira, vivía un noble rico que, debido a una serie de desgracias, había perdido toda su fortuna. Tenía tres hijas, a las que amaba profundamente, pero su pobreza era tan extrema que no podía proporcionarles una dote para que se casaran. De hecho, en esa época, la falta de dote significaba que las jóvenes no podían casarse honorablemente y, a menudo, se veían obligadas a un destino de prostitución. El padre, atormentado por el dolor de ver a sus hijas abocadas a la deshonra, caía en la desesperación.
San Nicolás, que en ese momento era solo un joven obispo de gran fe y riqueza, se enteró de la triste situación de la familia. Con su corazón lleno de compasión, decidió ayudarlos, pero quería hacerlo en secreto para no avergonzar al padre. Así que, una noche, se acercó a la casa del noble y, a través de una ventana abierta, arrojó un saco de oro. El padre, al encontrar el saco, se llenó de alegría y lo utilizó para casar a su hija mayor.
La segunda hija pronto estuvo lista para casarse, y el padre nuevamente se vio en la misma angustia. San Nicolás, repitiendo su acto de caridad, arrojó un segundo saco de oro por la misma ventana. El padre, asombrado por la generosidad de su misterioso benefactor, decidió quedarse despierto y vigilar. Cuando llegó la tercera noche, y San Nicolás se preparaba para arrojar el último saco, el padre lo vio. Cayó de rodillas y le agradeció, pero San Nicolás le hizo prometer que no revelaría su identidad. Este acto de caridad anónima y desinteresada se convirtió en la base de la leyenda de Papá Noel, un personaje que da regalos en secreto durante la noche.

La leyenda de San Nicolás y los tres sacos de oro nos enseña el valor de la caridad anónima y el poder de un acto de bondad desinteresado. San Nicolás no buscaba reconocimiento o alabanza; solo quería aliviar el sufrimiento de los demás. Por lo tanto, la historia nos invita a reflexionar sobre la importancia de dar sin esperar nada a cambio. Nos muestra que la verdadera generosidad no es para ganar prestigio, sino para aliviar el dolor y restaurar la dignidad de quienes lo necesitan.
Además, esta parábola nos recuerda que a menudo, detrás de la desesperación, hay un problema práctico que puede ser resuelto con un acto de caridad simple y directo. El padre no necesitaba sermones, sino oro. El mensaje es que la fe se demuestra en las obras, en los actos concretos que cambian vidas. En resumen, esta leyenda nos inspira a ser «Nicolases» en nuestro propio tiempo, a buscar oportunidades para hacer el bien en secreto, y a entender que un acto de bondad, por pequeño que parezca, puede tener un impacto inmenso y duradero, transformando la vida de una familia para siempre.