En los tiempos primordiales, el universo era solo un mar en calma, silencioso e inmóvil. En la oscuridad, existían los dioses creadores, Tepeu y Gucumatz (la Serpiente Emplumada), quienes estaban rodeados de luz. Deseaban que su creación no estuviera en silencio, por lo que decidieron crear la tierra. De la nada, con su sola palabra, emergieron las montañas, los valles, los ríos y los bosques, llenando el vacío.
Aún así, su obra no les satisfacía. Anhelaban un ser que pudiera honrarlos y recordar sus nombres. Primero, crearon hombres de barro, pero se deshacían con la lluvia y no tenían entendimiento. Los dioses, no conformes, los destruyeron. Después, intentaron con hombres de madera, pero estos no tenían alma ni corazón, y se comportaban como muñecos sin propósito. Los dioses, nuevamente frustrados, causaron un diluvio y los castigaron.
Finalmente, los dioses, con la ayuda de otros seres celestiales, encontraron la sustancia perfecta: el maíz. Molieron el maíz amarillo y el maíz blanco y, de esa masa sagrada, moldearon los cuerpos de los primeros cuatro hombres y mujeres. Eran seres perfectos, inteligentes y sabios, que podían ver todo, incluso la red del universo. Los dioses, preocupados por su poder, velaron sus ojos para que solo pudieran ver lo que tenían cerca. El Popol Vuh narra la historia de nuestra creación, la del hombre de maíz.

El Popol Vuh es un profundo recordatorio de que la vida tiene un propósito. La búsqueda de los dioses por seres que pudieran alabarlos nos enseña que la existencia no es fortuita; es un regalo con el deber de reconocer a sus creadores. Más allá de la mitología, esta idea subraya que el ser humano necesita encontrar significado y conexión con lo que lo rodea.
Esta epopeya maya también nos enseña una valiosa lección sobre la humildad. Los hombres de maíz, al ser demasiado sabios, vieron su entendimiento limitado por los dioses. Esto nos recuerda que el conocimiento ilimitado puede llevar a la soberbia y que la verdadera sabiduría reside en comprender que nuestra perspectiva es limitada. En resumen, el hombre de maíz es un símbolo de nuestra dependencia de la tierra y la necesidad de honrarla.