En los albores de la creación, el Sol se paseaba por el cielo, pero permanecía demasiado cerca de la Tierra. El calor era tan intenso que la gente y los animales sufrían, y la vida se marchitaba. El Sol era orgulloso y no quería moverse. El Coyote, un ser ingenioso y juguetón, vio el sufrimiento de todos y decidió que pondría a prueba la arrogancia del Sol con un desafío que no podría resistir.
Así, el Coyote se acercó a la hoguera del Sol y lo invitó a un juego de azar. El Sol, seguro de su poder, aceptó con una risa. Jugarían una y otra vez, y cada vez que el Coyote ganaba, el Sol debía moverse una distancia más lejos de la Tierra. El Coyote, con su habilidad para el engaño y una suerte que el mismo Sol no podía igualar, comenzó a ganar.
Con cada victoria, el Sol se veía obligado a subir más alto en el cielo, y el calor se hizo más llevadero. El Coyote siguió ganando hasta que el Sol se vio forzado a moverse tan lejos que, en su enojo, se ocultó por completo, creando la noche. El Coyote, sorprendido por su propio éxito, se dio cuenta de que había creado un nuevo equilibrio. Así, gracias a su astucia, El Coyote y el Sol nos enseñaron el ritmo del día y la noche, y el cambio de las estaciones.
La leyenda de El Coyote y el Sol nos ofrece una lección crucial sobre la necesidad de buscar el equilibrio. Nos enseña que un exceso de algo, incluso de un elemento tan vital como el calor, puede ser perjudicial. El Coyote, un embaucador, utiliza su ingenio para corregir un desequilibrio cósmico, demostrando que las fuerzas más humildes pueden alterar el orden establecido.
Esta fábula nos recuerda que la vida no es un estado fijo, sino un constante vaivén de cambios. La astucia del Coyote no solo trajo alivio, sino que también creó las estaciones, el ritmo de la vida que conocemos. Nos enseña que la adaptabilidad y el ingenio son las verdaderas herramientas para prosperar en un mundo en constante cambio.
