Urashima Tarō, un joven y noble pescador japonés, rescató a una tortuga que estaba siendo atormentada por unos niños en la playa. Para agradecerle su bondad, la tortuga, que resultó ser la hija del Rey Dragón, lo invitó a su palacio submarino, Ryūgū-jō. Urashima, fascinado, se subió a su caparazón y juntos se adentraron en las profundidades del océano, llegando a un reino mágico de coral y peces brillantes.
Una vez en Ryūgū-jō, Urashima Tarō fue recibido por la Princesa Otohime, quien le ofreció un banquete y entretenimiento. Urashima pasó lo que para él fueron solo unos pocos días, inmerso en la belleza y la tranquilidad del palacio. Sin embargo, en un momento, sintió un anhelo de volver a su hogar y a su familia. La princesa, comprendiendo su deseo, le regaló una caja de laca llamada tamatebako, con la advertencia de que nunca la abriera.
Cuando Urashima Tarō regresó a la superficie, todo había cambiado. El tiempo en el palacio submarino transcurría a un ritmo diferente. Su pueblo, su casa y su familia habían desaparecido hacía siglos. Desolado y confundido, abrió la caja tamatebako. De ella salió una nube de humo blanco que lo envejeció instantáneamente, revelando que había pasado 300 años en su viaje. La leyenda de Urashima Tarō se convirtió en una trágica lección sobre la naturaleza implacable del tiempo.

La leyenda de Urashima Tarō es una reflexión conmovedora sobre la pérdida y la futilidad de intentar volver al pasado. Nos enseña que las decisiones, incluso las más nobles, pueden tener consecuencias irreversibles. El tiempo es una corriente unidireccional, y el intento de prolongar un momento de felicidad en un mundo de fantasía nos condena a regresar a una realidad que ya ha avanzado sin nosotros.
Esta historia nos invita a valorar el presente y a aceptar que no podemos recuperar lo que se ha ido. Urashima Tarō lo perdió todo por un viaje que parecía un sueño, y al final, la única forma de enfrentar su nueva realidad fue con la amarga verdad que contenía la caja. Es un recordatorio de que debemos vivir plenamente en nuestro tiempo, porque cada instante de felicidad en un mundo de fantasía es un momento que se pierde en la realidad.