Un gigante de gran estatura y fuerza, llamado Reprobus, vivía con la obsesión de servir al rey más poderoso del mundo. Por lo tanto, primero sirvió a un monarca terrenal, pero pronto lo abandonó cuando descubrió que el rey temía al diablo. Luego, se puso al servicio del diablo mismo. Sin embargo, un día vio que el diablo se asustaba ante la señal de la cruz, y esto le hizo comprender que aún había un poder más grande. Desilusionado con su búsqueda, se encontró con un ermitaño que le enseñó sobre un Rey que no temía a nada, un Rey cuyo servicio era el más alto de todos.
El ermitaño le dijo a Reprobus que, debido a su inmensa fuerza y tamaño, su forma de servir a este Rey sería ayudando a los viajeros a cruzar un peligroso río, que no tenía puente. La corriente era tan fuerte y traicionera que muchos habían perecido en el intento. Reprobus aceptó el desafío y se estableció en el río. Durante años, utilizó su gran fuerza para llevar a los viajeros de una orilla a la otra, y en el proceso, su corazón se ablandó y su propósito se fortaleció.
Una noche, un niño pequeño le pidió que lo ayudara a cruzar. Reprobus lo puso sobre sus hombros y comenzó a caminar. Sin embargo, a cada paso que daba, el niño se hacía más y más pesado, hasta que la carga se volvió insoportable, incluso para su fuerza de gigante. Reprobus, con el agua a la altura del cuello y a punto de desfallecer, le dijo al niño: «Siento como si llevara al mundo entero sobre mis hombros». El niño, entonces, le respondió con una sonrisa celestial: «No solo llevas el mundo, sino a su Creador. Yo soy Jesús, a quien sirves». Después de que lo llevó al otro lado, el niño lo bautizó con el nombre de «Cristóbal», que significa «Portador de Cristo».

La leyenda de San Cristóbal y el niño Jesús es una poderosa parábola sobre la humildad y el servicio desinteresado. Nos muestra que la verdadera grandeza no reside en servir a los poderes del mundo (reyes, fama, riqueza), sino en servir a los demás. El gigante, que buscaba al más poderoso, lo encontró en la forma de un niño indefenso, una carga que era, a la vez, el peso de todo el universo. Así pues, la historia nos enseña que el servicio más valioso es el que hacemos con humildad, sin esperar reconocimiento, a menudo en las tareas más pequeñas y en las personas más vulnerables.
En resumen, el mensaje central es que la búsqueda de poder y grandeza mundana es vacía. La verdadera realización llega cuando dedicamos nuestra fuerza y talentos a los demás. San Cristóbal se convierte en un santo al encontrar a Cristo no en un trono, sino en una carga pesada, en una tarea de servicio. Es una invitación a ver a Cristo en los necesitados y a llevar nuestras propias cargas con fe y perseverancia, sabiendo que en cada acto de servicio desinteresado, estamos, de hecho, llevando el mundo en nuestros hombros.